sábado, 14 de julio de 2012

San Pablo en primera persona

Una noche en el aeropuerto

Vivir en Argentina en el 2012 e intentar viajar son un maridaje difícil de combinar.
Los precios y las conexiones suelen jugar en contra a la hora de tomar una decisión.
Esto genera que el armado de las vacaciones involucre ciertos factores casi inevitables, como por ejemplo las “queridas” escalas, muchas veces en lugares extraños y en horarios insólitos.
Estamos hablando de las mismas que tanta simpatía causan antes de emprender los viajes, y tanto malestar estando una vez allí. Son las mismas que nos generan previamente comentarios del tipo: “voy a poder decir que estuve en tal país”, o “seguro que debe tener un montón de lugares para recorrer”, cuando en la realidad suelen decepcionarnos bastante.
Hay casos extraños, claro está. Son aquellas en las que la escala implica esperar. Esperar, en algunos casos, muchas horas. Es lo que me ocurrió hace no mucho en el gigantesco aeropuerto paulista de Guarulhos.
El viaje, con destino final Salvador de Bahía, incluía una “pequeña” escala de 4 horas allí.
El desafío no parecía tan complicado. El hecho de que además fuera de noche me daba un motivo más para aprovechar dicho tiempo en descansar o incluso dormir.
Tras dos horas de vuelo desde Buenos Aires, el avión aterrizó en San Pablo a eso de las 12 de la noche. La primera reacción fue la de buscar rápidamente un lugar para comer. Tras una breve recorrida, encontré una tradicional pizzería de una cadena estadounidense. Tras comer bastante rápido debido al hambre, me topo con un negocio de venta de libros y revistas.
Mis primeras impresiones no podían ser mejores. En poco menos de una hora y con tan solo cien metros recorridos, ya había encontrado dos lugares a mi gusto para pasar el tiempo. Con un agrande incalculable a esa altura, tuve la idea de acercarme al mostrador de mi línea aérea para consultar la puerta de mi próxima salida. La amable empleada allí ubicada me dio la inesperada noticia: “Señor, el vuelo de las 4 de la mañana fue reprogramado para las 6”. Era solo el comienzo de una larga noche.
Ante tal evento, y con todavía un poco de optimismo encima, decido recorrer, ahora ya sin prisa, el resto del aeropuerto. El tour incluyó: Sector internacional, cabotaje, Free Shop y hasta la calle: Todo cerrado. Mi segunda mala noticia entonces fue la de darme cuenta que a esa hora,  y con 5 horas por delante, no tenía nada para hacer. Encima, los únicos dos negocios abiertos, ya los había visto !
Rápidamente pensé. “Aprovecho y duermo”. Error. Los asientos de ese aeropuerto tranquilamente pueden ser considerados como los más incómodos del mundo. No hay manera de dormir sobre ellos.
Decidí entonces caminar, caminar y caminar. Descubrí que cuando no hay nada, ver vidrieras de negocios cerrados puede ser interesante, al igual que leer una y otra vez las mismas revistas. Eran solo engaños que me hacía a mi mismo, claro está.
En esas situaciones uno descubre que expresiones como “no tengo tiempo” son solo excusas que ponemos para no cumplir con ciertas responsabilidades. Si hay algo que sobra en la vida, y en esa noche lo comprobé, es tiempo!
Es inevitable por otra parte ponerse a pensar: ¿“Estas son las vacaciones que yo me organicé?”. ¿”En qué momento empiezo a pasarla bien”?. Uno se replantea todo y más cuando tiene mucho tiempo. Incluso descubre eventos de la vida cotidiana que suelen pasarse por alto, como la gente que camina a nuestro alrededor y sus expresiones. Sus costumbres, sus gestos.  Intentás adivinar los destinos o hasta qué lleva cada uno en la valija…
“Ultimo llamado al vuelo 759 con destino a Salvador, presentarse en puerta 6”
Se acabó la filosofía, empezaron mis vacaciones !