viernes, 20 de julio de 2018

Capítulo séptimo: La previa

El viernes arrancó bien temprano, casi antes de amanecer.  Volvía a la misma terminal de micros a la que había llegado días atrás. Un viaje de unas tres horas me separaba de una nueva visita a Río. Esta vez el viaje era de día, con lo cual iba a poder disfrutarlo un poco más. El plan era llegar al mediodía y disfrutar todo el día ahí, dando vueltas por la ciudad. Mi viaje a Belo Horizonte recién era al final del día con lo cual, tenía mucho tiempo para hacer lo que quisiera.
Apenas llegué a la Rodoviaria Novo Río (un auténtico caos de personas que iban y venían), me puse a buscar los famosos lockers para dejar mis bolsos. A partir de ese día, y por tres días más, no iba a tener casa ni hotel. Mi hogar era la calle, y mi cama, el respaldar de los micros. Me dirigí a un baño, armé mi mini bolso mundialista con lo elemental para tres días, y me despedí de mi cosas.
En un puesto de información, una simpática empleada intentó a su manera explicarme cómo moverme en la ciudad. Me regaló un mapa y con una gran sonrisa me dio la bienvenida:  "Bem-vindo ao Río".
Intenté armar un pequeño tour propio con lugares que quería conocer pero que distaran cerca unos de otros. Así fue como logré ir al Sambódromo, los Arcos de Lapa y las Escadarias de Selarón. Todo en una tarde. El clima, algo nublado, me impidió ir al Cristo Redentor. Sabía igualmente que días más tarde tendría más tiempo de poder hacerlo. Finalmente, y como corolario, me tomé un subte y me fui a conocer la emblemática playa de Ipanema. Más allá de las nubes, el clima cálido me permitió caminar por esa suave arena. Una auténtico placer.
Fue allí donde volví a sentir el clima mundialista que tanto estaba disfrutando. En ese famoso paseo costero, con su prolongación en Copacabana, se mezclaban camisetas y colores de todo el mundo. Era así como argentinos y brasileros se cargaban con Maradona y Pelé,  chilenos (siempre en grupos grandes) cantaban sus canciones, alemanes y holandeses (vaso en mano) se paseaban divertidos. Una auténtica torre de Babel futbolística. Ni más ni menos que una fiesta permanente.
Siguiendo con esa caminata por la rambla carioca sobre las veredas con el famoso empedrado portugués blanco y negro llegué a un lugar especial. Uno que sabía que existía, pero que nunca me imaginé que podía llegar a sorprenderme y gustarme tanto. Estoy hablando del Fan Fest.
Un auténtico mega circo montado por la FIFA sobre las arena de las playas de Copacabana. En resumidas palabras, estamos hablando de un complejo de locales, bares y espacios recreativos totalmente dedicados al Mundial. Todo coronado con un inmenso espacio común con una pantalla gigante donde se transmitían los partidos en vivo en forma gratuita. Otra fiesta más. Como todo lo que me venía pasando desde hacía ya casi una semana, mi alegría no parecía encontrar limites. Cada minuto que pasaba, cada paso que daba, era motivo de una nueva sorpresa. Realmente parecía no ser real lo que estaba experimentando. Todo esto en menos de una semana, y todavía  a esa altura sin siquiera había ido a la cancha. No cabía en mi tanta emoció y faltaba todavía lo mejor.
Luego de toda la excitación acumulada en ese dia, me tomé un colectivo y me dirigí a la Terminal "Novo Rio". Allí, me tomaría el micro que al cabo de una noche entera de viaje me llevaría a Belo Horizonte, ciudad sede del partido de Argentina - Irán. La primera sensación al entrar, fue la de estar caminando un día de semana por Florida y 9 de Julio.  Centenares de  argentinos caminando y deambulando por los pasillos como si se tratara del centro porteño. Banderas, camisetas, gorros, bombos. Todos celeste y blanco. Por un momento pensé que estaba en Retiro y no en Río. Otro momento más de diversión y alegría. Fue en esas dos o tres horas de espera que tuve allí cuando escuché por primera vez una canción que se hizo bastante famosa: "Brasil, decime qué se siente".
La escuché una vez, dos veces, y a la tercera ya estaba saltando como uno más abrazado de cordobeses, rosarinos, salteños y lo que venga. Era una fiesta total. Una especie de caravana mágica que iba tomando forma a medida que se acercaba la hora de partir.
Llegada la medianoche y el momento de subirme al micro, bajé a las plataformas. La imagen era conmovedora. Un micro atrás de otro saliendo todos para el mismo destino y con una diferencia de no más de diez o quince minutos.  Todos argentinos mezclados con algún que otro iraní. Pero éramos nosotros los protagonistas de esa fiesta. Los verdaderos dueños de la fiesta. Una vez arriba, y hasta que el micro arrancó y apagó las luces, más canciones y más gritos. El clima se iba preparando. La excitación de saber que faltaba casi nada para estar en el lugar que queríamos tanto estar nos invadía el cuerpo y el alma. Después de unas siete horas de un viaje para nada relajado (por los gritos y los volantazos del chofer brasileño), llegamos a tierra santa. La capital del estado de Minas Gerais: Belo Horizonte.

lunes, 16 de julio de 2018

Capítulo sexto: El relax

Finalizado el partido y con la victoria argentina concretada, empezó la dispersión. Toda esa masa gigantesca de personas allí presentes comenzó a moverse de acá para allá, cada cual siguiendo su itinerario. Teniendo una semana por delante, hasta el siguiente partido, los destinos de todos eran de los más variado. El mío, como ya saben, era Búzios, del cual me separaban únicamente tres horas de micro. Me acerqué a la primera ventanilla en la cual vi escrito el nombre de la ciudad, y obtuve mi pasaje.
Con la sensación encima de haber jugado yo mismo el partido, me tomé ese colectivo y tras unas tres horas llegué a esa hermosa ciudad portuaria. Caminé unas siete cuadras desde la mini terminal, y di con la aún más pequeña posada. Me registré, subí a mi habitación y tras casi 24 horas de viaje con debut mundialista incluido me acosté en la cama y me dormí. No sabía todavía a esa altura que eso que estaba haciendo iba a resultar un lujo comparado a lo que serían mis noches días más tarde. Pero esa es otra historia que contaré más adelante.
Mi objetivo en ese comienzo era tomar unos días de descanso. El combo playa, descanso y partidos era casi irresistible, y a partir de esa premisa es que me organicé. Con mi fixture en mano, planeé mi primer día. El plan: Disfrutar la mañana soleada en la playa, sabiendo que al mediodía me esperaba un auténtico partidazo: Alemania-Portugal. La tarde ?. Más playa con otro lindo aperitivo: Estados Unidos-Ghana. El futbol y el placer acompañados en todo momento. Aunque en este caso se mezclaban con cada pensamiento. Mi primer día completo en Brasil llegaba a su fin.
El segundo arrancaba con un condimento extra. Al hermoso clima que por suerte acompañaba, se le sumaba un plato principal, y hasta ese momento inédito para mí. Por la tarde, jugaba su segundo partido Brasil. Y yo ahí. Iba a experimentar por primera vez cómo era vivir un partido mundialista en el que jugara el anfitrión. Tras recorrer unos cuantos bares y cantinas, finalmente decidí mirar el encuentro en uno que claramente irradiaba clima mundialista. Una especie de bar/boliche al aire libre, lleno de televisores, y sobre todo, de gente. Por suerte había planeado esto con tiempo, y conseguí una linda mesa para poder disfrutarlo. Al rato, el lugar se llenó de hombres y mujeres vestidos de amarillo y con mucha alegría encima. Estaba, y cada vez me convencía más, donde quería estar. El partido: Brasil-México. En ese bar, cientos de brasileros y algún que otro extranjero claramente identificables. Mi pensamiento en ese momento pasaba por saber cómo podría llegar a reaccionar en caso de hacer un gol el equipo azteca. Mi sentimiento futbolero anti-brasileño podía ser más fuerte que mi necesidad de supervivencia ?. La duda me inquietaba, pero me generaba una linda sensación. Nada podía quebrar ese clima de fiesta, y del que estaba siendo parte. El resultado en cero disipó todo.
Yo estaba feliz. Ver el partido sintiéndome visitante, con cerveza en mano y clima cálido. ¿Podía existir algo más lindo ?. Por suerte este viaje no dejaba de sorprenderme y cada vez se iba poniendo mejor.
Al día siguiente, y con el mundial en pleno auge, decidí dedicarlo un poco más al descanso y al turismo. Me fui a unas playas un poco más alejadas de donde estaba y dediqué gran parte del día a tirarme, literalmente, panza arriba a no hacer nada. El sonido del mar era lo suficientemente relajante como para intentar hacer otra cosa. Con el correr de las horas, la piel tostada y la arena pegada a los pies, me volví para mi posada. En el camino, y no por casualidad, me volví a topar con el mismo bar del día anterior. Siendo casi la hora de comienzo del turno vespertino de partidos, recordé que se venía el Chile-España, a jugarse en Río de Janeiro. Es en ese mismo momento en el cual encontré una respuesta a las cantidades de turistas trasandinos con los cuales me había topado los días anteriores recorriendo la ciudad. El bar ya no estaba tan lleno, pero el clima ese que tanto me había seducido seguía ahí. Sin dudarlo más, me senté ahora sí cerca del mejor televisor, y me quedé viendo otro muy lindo partido el cual, para sorpresa de muchos, marcó la temprana eliminación del campeón defensor.
Mi cuarto y último día en Búzios estuvo claramente marcado por un maldito visitante: La lluvia. Una lluvia bien brasilera. Intensa y constante. Nada podía hacerse en la ciudad un día así.
No me afectó demasiado. Con tres partidos por delante para ver en la televisión, no cabía la más mínima posibilidad de aburrirse. Por otro lado, el día siguiente arrancaba mi periplo de partidos en cancha. Descansar y relajarse un poco no era después de todo un mal plan. Así fue. Antes de acostarme armé la valija, saqué las entradas de la caja fuerte donde las había guardado, y me acosté. Quizás ansioso como nunca en mi vida. Lo que es seguro, es que estaba feliz. El día siguiente empezaba otra historia. La que tanto había soñado.

domingo, 8 de julio de 2018

Capítulo quinto: El comienzo

Dos días más tarde al citado 12 de Junio empezaba mi Mundial. La madrugada del domingo 15, partió de Buenos Aires el famoso vuelo de GOL. Tres horas me separaban de mi primer destino, y por ende, mi primer desafío: Ese mismo día, Día del Padre, debutaba Argentina en el campeonato. Lo hacía en Río de Janeiro a las 7.00 de la tarde enfrentando a Bosnia. Durante todo ese domingo yo estaría haciendo viajes y conexiones, y no tenía en claro dónde ni cómo iba a poder ver ese partido. No es un detalle menor. Para alguien tan fanatizado con los Mundiales, perderse ese primer partido era casi una tragedia. Tenía que lograr en el correr de un día llegar desde San Pablo hasta Búzios, donde me esperaba mi primera noche de hotel. Estamos hablando de nada más y nada menos que 600 kilómetros. Dicho viaje requería una escala intermedia, justamente en Río de Janeiro. La ecuación era simple. Si intentaba hacer todo el trayecto de un solo envión, es decir, sin permanecer un solo minuto en la terminal de Río, llegaba temprano al hotel, pero me perdía el partido. Opté entonces por tomar el primer micro que saliera de San Pablo y, posteriormente, el último que lo hiciera a Búzios. De esta manera, me permitía ver el partido, aunque sea con los bolsos encima y de manera incierta en cuanto a comodidades. Fue una apuesta.
Un tema no menor me restaba definir a mi llegada: Retirar mis entradas. Sabía por averiguaciones que dicho trámite podía realizarse en unos puestos que la FIFA había establecido en los aeropuertos de las ciudades sede. Una vez descendido del avión, busqué estos mismos stands y, documento en mano, recibí mis preciados tickets. Era la culminación del sueño. El momento en que el último vestigio de escepticismo se alejaba de mi. Ya no había trampa. Tenía las entradas en mi mano.
Como un delincuente que no quiere delatar sus movimientos, las escondí en mi bolso observando de manera detallada el alrededor. Los miedos sobre robos y fraudes no iban a quitarme ese preciado momento.
Siendo ya las 12.00 del mediodía me dirigí al centro de trasbordo de colectivos dispuesto a tomarme aquél que me llevaría hasta Rio de Janeiro. Tenía por delante seis horas de viaje. Las mismas que faltaban para que empezara el partido de Argentina. El margen era mínimo. Pero estar sentado en mi asiento, rodeado de hinchas chilenos, uruguayos, argentinos y hasta algún que otro europeo, me hizo sentir que yo también había empezado a jugar el Mundial. Pasados ya los primeros momentos de ansiedad y nerviosismo, me pude relajar y empezar a disfrutar.

Las primeras horas de ese trayecto las dediqué, lógicamente, a descansar. Luego de algún café  y galletita que tenía encima, empecé a relojear un poco más el micro. No tenía mucha pinta de estar equipado con televisores, y mucho menos, de red inalámbrica. Mi celular, no el más moderno precisamente, no lograba establecer ninguna conexión. Ni brasilera ni argentina. Empezaba a pensar que en caso de no llegar al comienzo del partido, la posibilidad de ir enterándome el acontecer del mismo iba a estar complicada. El panorama afuera, en cuanto a paisajes, era bastante desolador. La solitaria ruta no invitaba demasiado en ese momento.
Promediando el camino, cuando mi reloj biológico me indicaba que habíamos llegado aproximadamente a la mitad del recorrido, el chofer decide parar en un bar al grito de "Parada de 30 minutos". En ese momento comprendí lo que siente un jugador que está aguantando el resultado y le adicionan cinco minutos. Se me vino la noche. No solo de manera literal. Los tiempos empezaban a achicarse. El margen para llegar en horario al comienzo de Argentina-Bosnia era mínimo. Con el miedo de que el micro me dejara, atiné únicamente a ir al baño. La oscuridad ya se había adueñado del camino con lo cual, hasta resultaba imposible mirar los carteles indicadores de la distancia. El partido estaba a sólo dos horas de empezar y yo sabía que, según mis cálculos, me quedaban por lo menos tres horas. En ese momento pensaba en todas las personas del mundo  que en la tranquilidad de sus casas, y rodeados de amigos estarían viéndolo y yo, la persona que más deseaba hacerlo estaba encerrado en un micro en el cual no había ninguna conexión con el mundo exterior. Pero a su vez pensaba que estaba en el mismo lugar donde el partido se iba a estar jugando. Tan cerca y tan lejos a la vez. Demasiados pensamientos todos juntos.
En el mismo momento en que comenzaban a aparecer los primeros vestigios de vida y luz alrededor, el reloj me marcaba las 7.00 de la tarde. Era la hora del comienzo. Imaginé que por ese mismo motivo el ingreso a la ciudad estaría liberado, ya que era el primer partido que se jugaba en esa sede, ni más ni menos que la sede de la final y el emblema del Mundial. No estuvo tan errado mi pensamiento. La entrada a la cidade maravilhosa fue bastante rápida.
Es en ese mismo momento que, invadido por la ansiedad, decido habilitar el celular para hacer y recibir mensajes de Argentina. No podía no estar al tanto de lo que estaba pasando. Mi primer mensaje, a mi mujer,  fue:
- "Llegué bien mi amor. Cómo va el partido ?"
- "Gana Argentina 1 a 0. Está terminando el primer tiempo".
Esa pequeña gota de felicidad al saberme nuevamente en sintonía con el mundo me hizo sentir como un náufrago avizorando una isla en el horizonte. Casi por un designio del destino, en ese mismo momento el micro llegó a la estación "Novo Rio".  Bajé corriendo, agarré mi bolso, y salí disparado hacia el primer televisor que divisé por delante. Mi inexperiencia en este tipo de eventos me demostró que las terminales o los aeropuertos son algo más que centros de transbordo. Son auténticos laberintos donde las mareas de turistas van y vienen de acá para allá, y donde hasta encontrar un simple televisor para ver un partido puede resultar complicado.
Después de varios intentos, finalmente encontré uno en que solamente me separaban unos pocos metros. Mi visión era bastante lejana, pero no me impedía ver el partido. Fue posiblemente mi primer momento de relajación. Me sentí por primera vez en condiciones de empezar a disfrutar. Más allá del partido en sí, lo que en aquél momento cautivó mi atención fue el clima. Hablo del clima mundialista. En aquél instante mi atención se centró en ver a mi alrededor. Lo que se veía eran hinchas de todos los países con sus camisetas, banderas y gorros. Bolsos dando vuelta de acá para allá, personas  tiradas en el piso descansando o cargando sus celulares. Un microclima único, y del que por primera vez me sentía partícipe activo.
Ya no me lo iban a contar más. Empezaba a ser protagonista. Ahora era yo el que lo iba a poder contar a mi vuelta.
Mientras todo esto pasaba por mi cabeza, Messi agarraba la pelota en la mitad de la cancha, tiraba una pared con Higuaín, y con su rosca clásica clavaba el segundo gol.  Los miles de argentinos allí presentes gritamos el gol como si se tratara de la final del mundial. Era el ansiado gol que tanto se le había negado cuatro años atrás en Sudáfrica. Era el primero además propio del equipo, ya que el primero de ese partido, a los cuatro minutos, había sido en contra.
El destino seguía jugándome a favor. La ecuación Mundial-Messi-Rio de Janeiro-Maracaná-Golazo se hacía presente casi como en un sueño y ahí estaba yo gritando y abrazándome con un santafesino, un tucumano y un misionero que miraban el partido al lado mío. Parecía un cuento, pero era la pura realidad.

viernes, 6 de julio de 2018

Capítulo cuarto: Los viajes

Con gran parte del plan ya establecido, quedaba únicamente ultimar los detalles más específicos:
Hoteles y movimientos internos. La amplia gama de posibilidades que ofrece el país, potenciado claramente por el evento en cuestión facilitaba todo.
Había que ser creativo y práctico. A favor mío tenía el factor tiempo. Faltaban solo tres meses, que en el contexto de la espera tan larga podía parecer poco, pero en los hechos me permitía poder organizarme de manera eficiente.
Tenía que coordinar nueve noches con seis viajes dentro del país. Un país con distancias para nada cortas.  Haciendo números, y considerando sobre todo los días en lo que empezarían los partidos, saqué la conclusión que lo mejor sería hacer viajes en micro por la noche. La ventaja que tenía eso era ahorrarme noches de hotel, y a la vez me permitía desplazarme de ciudad en ciudad. La desventaja, sin duda, era la incomodidad de tener que descansar viajando. En seguida me hacía la siguiente pregunta. ¿Realmente me importaba descansar en este viaje?. La respuesta que le seguía era hacer click en la opción "Comprar" de los sitios de viajes en micro. Ni se dudaba a esa altura.
Despejada esa incógnita, quedaba únicamente conseguir cuatro noches de hotel en Búzios, ciudad que al no ser sede no tendría demanda excesiva, y una noche en San Pablo, posiblemente una de las metrópolis con más oferta hotelera en el mundo. No tuve ningún inconveniente para lograrlo.
Los días pasaban. El Mundial estaba a solo semanas y yo ya tenía todo organizado. El sueño estaba cerca. Muy cerca. La ansiedad me carcomía por dentro. El hecho de ya conocer el país por viajes anteriores y de tener un conocimiento del idioma hacía que no me inquietaran esas cuestiones.
Mi foco estaba en "el" evento. El que esperé toda mi vida. Mis charlas con amigos, familia o compañeros de trabajo iban siempre en esa dirección. No pensaba ni hablaba de otra cosa.
Si a eso le sumamos todo lo que rodea a un Mundial, como los programas de TV o las publicidades, mi cabeza no podía dejar de maquinar. ¿Cómo controlar semejante emoción?. Viéndolo a la distancia me genera mucha nostalgia. Toda mi vida intenté pensar la manera de disfrutar los momentos. De gozarlos. Yo sabía que lo que se me venía iba a ser importante. Como ya dije, muy probablemente lo más importante de mi vida. O por lo menos lo más deseado. Con ese pensamiento incorporado me dediqué a disfrutar cada instante. Es muy difícil explicarlo con palabras. Por eso es que simplemente me decidí a dejarme llevar por las emociones, y por eso logré retener cada detalle en mi cabeza. Cada decisión y cada pensamiento. Era un proceso largo, de muchos años, que estaba llegando a su fin, y que paradójicamente, terminaba con lo mejor. Con el momento cúlmine. El momento en que la pelotita empezó a girar. Ese día finalmente llegó:
El jueves 12 de Junio de 2014, en la ciudad de San Pablo, Neymar se la tocó a Fred, y empezó el Mundial. Mi Mundial. El que había esperado toda mi vida.