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El primer paso fue comprarme una
entrada para ir a ver al Monumental un amistoso entre Argentina y el flamante
campeón del mundo, España. Dicho partido, jugado pocos meses después de
finalizado el mundial de Sudáfrica fue el puntapié ideal. El clima ya se sentía
diferente al acostumbrado en los partidos de nuestro fútbol local. Los himnos,
las banderas, los cantos. Ya se percibía algo distinto en el aire.
Todavía faltaba mucho, más de tres años. No
había sedes, ni equipos, ni fechas. Pero mi convencimiento, más basado en el
deseo que en la certeza, era total. Yo iba a estar en Brasil. No sabía cómo,
pero iba a estar.
Ese largo tiempo transcurrido
solo servía para incrementar la ansiedad. No había mucho para hacer, más que
ilusionarse. Una buena manera de ir
saciando esa sed mundialista fue haciendo un viaje a Brasil, más específicamente
a Salvador de Bahía dos años antes de la cita, en Junio de 2012. Teniendo ya la
certeza de que aquella hermosa ciudad iba a ser sede de la copa, fue una
interesante manera de empezar a entrar en clima. Estando allí pude leer medios
locales donde el tema ya estaba instalado aunque desde un punto de vista más
bien crítico. Se hablaba de obras inconclusas, aeropuertos colapsados y una
demanda imposible de saciar por parte del país. Más allá de la tradicional
alegría brasileña y su amor por el futbol, me llamó la atención el pesimismo
que reinaba. No dejé igualmente que eso afectara mi entusiasmo. Se lo adjudiqué
a la lejanía todavía del acontecimiento.
Tuve la suerte de acercarme a ver
la obra del estadio Fonte Nova (rebautizado Arena Fonte Nova), remodelado
especialmente para el mundial. Esa impactante imagen de una obra semejante (aún
con sus cuestionables financiaciones), me generó un cosquilleo como el de
alguien que sabe que algo grande está por venir. Era una sensación difícil de
describir. Pero la sentía mía, la sentía posible. El sueño empezaba a tomar
forma.
El siguiente gran momento en este
auténtico vía crucis (porque yo lo sentía de esa manera) fue en Junio de 2013
durante el desarrollo de la Copa Confederaciones. Ese torneo, organizado por la
FIFA a manera de ensayo general para la gran cita, sirvió para ver una pequeña
muestra de lo que se iba a venir. Era tal la ansiedad que me generaba este
acontecimiento que decidí no ver la final entre Brasil y España, jugada ante un
estadio Maracaná colmado. Quizás porque no quería ilusionarme en demasía, o
porque pensaba que estar ahí un año después me iba a resultar imposible.
Reconozco que fue mi único momento de duda en este proceso. Fue el único instante
en que lo sentí lejos, pese a que cada vez se acercaba más.
Por suerte parte de mi ansiedad se vio rápidamente saciada cuando días después se dio a conocer el fixture oficial del torneo. Ya sabíamos las sedes, los estadios y lo más importante de todo, las distintas instancias de venta de entradas. Tenía ya en mi poder una fecha exacta en la que el sueño podía hacerse realidad o esfumarse. Esa fecha era el 20 de Agosto de 2013. Exactamente diez meses antes de comenzado el evento.
Por suerte parte de mi ansiedad se vio rápidamente saciada cuando días después se dio a conocer el fixture oficial del torneo. Ya sabíamos las sedes, los estadios y lo más importante de todo, las distintas instancias de venta de entradas. Tenía ya en mi poder una fecha exacta en la que el sueño podía hacerse realidad o esfumarse. Esa fecha era el 20 de Agosto de 2013. Exactamente diez meses antes de comenzado el evento.