Haciéndome entender
Ya antes de aterrizar me di cuenta que el idioma iba a ser inentendible. Sobre todo para alguien que solo sabía decir "oui" y "mercy". Cuando el vuelo proveniente de Madrid aterrizó en el Aeropuerto de Orly sentí alivio, pero también que estaba llegando a otro mundo.
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Acercarse a un puesto de asistencia al turista implicaba todo un desafío. "¿Intento con el inglés, o será verdad como me dijeron todos que si no hablo en francés no me dan bola?". Más o menos me hice entender. El problema ahora era entender algo yo. De las mil palabras que escuché, solo logré retener una: "Le train".
Me dirigí entonces para donde vi el dibujo de un tren. Para mi sorpresa, un cartel anunciaba el minuto exacto en que vendría la siguiente formación. Me pareció demasiado perfecto para ser real, y con desconfianza dejé pasar el primero. Cuando comprobé que efectivamente el cartel tenía razón, me subí al siguiente. Para mi fortuna, todos salían con un mismo destino, así que lo hice sin dudar.
Me dirigí entonces para donde vi el dibujo de un tren. Para mi sorpresa, un cartel anunciaba el minuto exacto en que vendría la siguiente formación. Me pareció demasiado perfecto para ser real, y con desconfianza dejé pasar el primero. Cuando comprobé que efectivamente el cartel tenía razón, me subí al siguiente. Para mi fortuna, todos salían con un mismo destino, así que lo hice sin dudar.
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Me bajé donde suponía tenía que hacerlo. Según el mapa, estaba a cinco cuadras la calle Château d´Eau, la de mi hotel. Caminé, caminé y caminé. Nada. Me crucé con todas las calles del mundo, menos con la que buscaba.
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Ahora comenzaba un nuevo desafío: Entender esa auténtica telaraña de líneas de subte. Ya no confiaba tanto en el mapa, pero decidí darle una nueva oportunidad. Pensé: "...estoy en la estación Châtelet Les Halles y tengo que llegar a la Château d´Eau. Qué fácil !!!". Mi temor ahora pasaba por no equivocarme de línea. Si me costó ubicarme a la luz del día, lo que podía llegar a ser bajo tierra !. Vi el cartel que indicaba la entrada y bajé.
Dentro de esa inmensa jungla de gente moviéndose de un lado a otro alcanzo a identificar un pasillo en el que reconozco el color y el númeroque me indicaba el mapa. Hacía allí fui.
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Ya en el andén, me vuelvo a encontrar con el tablero de los horarios. Canchero como estaba, lo miré sonriente para buscar el próximo vagón con la seguridad de quien sabe donde está parado. Como si fuera un experto, me bajé en la parada correcta. Una vez arriba, y con la luz del sol en mi cara nuevamente, ocurrió el milagro: Al levantar la mirada, veo el cartel que estaba buscando: "Hotel Garden Opera".
Finalmente París me estaba dando el regalo que tanto había venido a buscar. En ese momento, el Sena, la Torre Eiffel o el Museo del Louvre podían esperar. Después de tanto trajinar, había llegado a destino.