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Con la sensación encima de haber
jugado yo mismo el partido, me tomé ese colectivo y tras unas tres horas llegué
a esa hermosa ciudad portuaria. Caminé unas siete cuadras desde la mini
terminal, y di con la aún más pequeña posada. Me registré, subí a mi habitación
y tras casi 24 horas de viaje con debut mundialista incluido me acosté en la
cama y me dormí. No sabía todavía a esa altura que eso que estaba haciendo iba
a resultar un lujo comparado a lo que serían mis noches días más tarde. Pero
esa es otra historia que contaré más adelante.
Mi objetivo en ese comienzo era
tomar unos días de descanso. El combo playa, descanso y partidos era casi
irresistible, y a partir de esa premisa es que me organicé. Con mi fixture en
mano, planeé mi primer día. El plan: Disfrutar la mañana soleada en la playa,
sabiendo que al mediodía me esperaba un auténtico partidazo: Alemania-Portugal.
La tarde ?. Más playa con otro lindo aperitivo: Estados Unidos-Ghana. El futbol
y el placer acompañados en todo momento. Aunque en este caso se mezclaban con
cada pensamiento. Mi primer día completo en Brasil llegaba a su fin.
El segundo arrancaba con un condimento extra. Al hermoso clima que por suerte acompañaba, se le sumaba un plato principal, y hasta ese momento inédito para mí. Por la tarde, jugaba su segundo partido Brasil. Y yo ahí. Iba a experimentar por primera vez cómo era vivir un partido mundialista en el que jugara el anfitrión. Tras recorrer unos cuantos bares y cantinas, finalmente decidí mirar el encuentro en uno que claramente irradiaba clima mundialista. Una especie de bar/boliche al aire libre, lleno de televisores, y sobre todo, de gente. Por suerte había planeado esto con tiempo, y conseguí una linda mesa para poder disfrutarlo. Al rato, el lugar se llenó de hombres y mujeres vestidos de amarillo y con mucha alegría encima. Estaba, y cada vez me convencía más, donde quería estar. El partido: Brasil-México. En ese bar, cientos de brasileros y algún que otro extranjero claramente identificables. Mi pensamiento en ese momento pasaba por saber cómo podría llegar a reaccionar en caso de hacer un gol el equipo azteca. Mi sentimiento futbolero anti-brasileño podía ser más fuerte que mi necesidad de supervivencia ?. La duda me inquietaba, pero me generaba una linda sensación. Nada podía quebrar ese clima de fiesta, y del que estaba siendo parte. El resultado en cero disipó todo.
El segundo arrancaba con un condimento extra. Al hermoso clima que por suerte acompañaba, se le sumaba un plato principal, y hasta ese momento inédito para mí. Por la tarde, jugaba su segundo partido Brasil. Y yo ahí. Iba a experimentar por primera vez cómo era vivir un partido mundialista en el que jugara el anfitrión. Tras recorrer unos cuantos bares y cantinas, finalmente decidí mirar el encuentro en uno que claramente irradiaba clima mundialista. Una especie de bar/boliche al aire libre, lleno de televisores, y sobre todo, de gente. Por suerte había planeado esto con tiempo, y conseguí una linda mesa para poder disfrutarlo. Al rato, el lugar se llenó de hombres y mujeres vestidos de amarillo y con mucha alegría encima. Estaba, y cada vez me convencía más, donde quería estar. El partido: Brasil-México. En ese bar, cientos de brasileros y algún que otro extranjero claramente identificables. Mi pensamiento en ese momento pasaba por saber cómo podría llegar a reaccionar en caso de hacer un gol el equipo azteca. Mi sentimiento futbolero anti-brasileño podía ser más fuerte que mi necesidad de supervivencia ?. La duda me inquietaba, pero me generaba una linda sensación. Nada podía quebrar ese clima de fiesta, y del que estaba siendo parte. El resultado en cero disipó todo.
Yo estaba feliz. Ver el partido
sintiéndome visitante, con cerveza en mano y clima cálido. ¿Podía existir algo más
lindo ?. Por suerte este viaje no dejaba de sorprenderme y cada vez se iba
poniendo mejor.
Al día siguiente, y con el
mundial en pleno auge, decidí dedicarlo un poco más al descanso y al turismo.
Me fui a unas playas un poco más alejadas de donde estaba y dediqué gran parte
del día a tirarme, literalmente, panza arriba a no hacer nada. El sonido del
mar era lo suficientemente relajante como para intentar hacer otra cosa. Con el
correr de las horas, la piel tostada y la arena pegada a los pies, me volví
para mi posada. En el camino, y no por casualidad, me volví a topar con el
mismo bar del día anterior. Siendo casi la hora de comienzo del turno
vespertino de partidos, recordé que se venía el Chile-España, a jugarse en Río
de Janeiro. Es en ese mismo momento en el cual encontré una respuesta a las
cantidades de turistas trasandinos con los cuales me había topado los días
anteriores recorriendo la ciudad. El bar ya no estaba tan lleno, pero el clima
ese que tanto me había seducido seguía ahí. Sin dudarlo más, me senté ahora sí
cerca del mejor televisor, y me quedé viendo otro muy lindo partido el cual,
para sorpresa de muchos, marcó la temprana eliminación del campeón defensor.
Mi cuarto y último día en Búzios
estuvo claramente marcado por un maldito visitante: La lluvia. Una lluvia bien
brasilera. Intensa y constante. Nada podía hacerse en la ciudad un día así.
No me afectó demasiado. Con tres partidos por delante para ver en la televisión, no cabía la más mínima posibilidad de aburrirse. Por otro lado, el día siguiente arrancaba mi periplo de partidos en cancha. Descansar y relajarse un poco no era después de todo un mal plan. Así fue. Antes de acostarme armé la valija, saqué las entradas de la caja fuerte donde las había guardado, y me acosté. Quizás ansioso como nunca en mi vida. Lo que es seguro, es que estaba feliz. El día siguiente empezaba otra historia. La que tanto había soñado.
No me afectó demasiado. Con tres partidos por delante para ver en la televisión, no cabía la más mínima posibilidad de aburrirse. Por otro lado, el día siguiente arrancaba mi periplo de partidos en cancha. Descansar y relajarse un poco no era después de todo un mal plan. Así fue. Antes de acostarme armé la valija, saqué las entradas de la caja fuerte donde las había guardado, y me acosté. Quizás ansioso como nunca en mi vida. Lo que es seguro, es que estaba feliz. El día siguiente empezaba otra historia. La que tanto había soñado.
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