lunes, 3 de octubre de 2011

México D.F. en primera persona:

Algo se mueve

Allá por finales del año 1999, y con el "1 a 1" todavía vigente había surgido la posibilidad de hacer un viaje a un destino algo exótico. No era tan común en aquellos tiempos viajar a México, así que la experiencia resultaba particularmete atrayente.
Amparados posiblemente en las dudas que provocaba el destino casi desconocido, todas las personas a las cuáles les contaba del destino tenían algo para aconsejar. "Cuidado que hay mucha delincuencia", "no tomes el agua corriente que está contaminada", "cuidate de la altura" eran algunas de las frases más repetidas. Sin embargo había "algo" de lo que nadie me advirtió.
La idea del viaje era recorrer el Distrito Federal, la ciudad de León, y finalizar con unos días en Cancún.
Diez horas después de partir de Ezeiza, arribé al D.F., capital del país. La primera impresión que recuerdo haber experimentado una vez llegado al aeropuerto de Benito Juárez fue la de sentirme un ser mínimo. Sin ser el aeropuerto más grande, las masas de viajeros y de turistas que lo recorrían a lo largo y a lo ancho hacían que uno se sintiera insignificante. 
Si bien eran pocas las referencias que tenía de la ciudad, sabía sí que quería visitar el famoso Zócalo, el estadio Azteca y las múltiples ruinas precolombinas que la cubren en gran parte de su territorio. Pero México me deparaba "algo" más, algo que no me imaginaba.
Luego de los controles aduaneros correspondientes, me dirigí hacia el micro que me esperaba para llevarme al hotel. Crucé una pequeña calle, mostré mi boleto y subí. Una vez arriba, busqué mi asiento, acomodé mi equipaje de mano, y me instalé. Muy cómodo allí, y esperando la salida, empecé a ver los primeros paisajes que el país me regalaba a través de la ventanilla. 
De repente, un pequeño pero intenso sacudón hizo que la alegría de la llegada se convirtiera en inquietud. El micro, que en aquél momento estaba esperando por más pasajeros, experimentó un pequeño movimiento, que para algunas personas a mi lado había sido imperceptible. No para mí, que sí lo había sentido. Imaginé ahí un montón de cosas, pero ninguna ni remotamente cercana a lo que en verdad había ocurrido. 
Ni siquiera minutos, segundos más tarde, empecé a escuchar: "Parece que fue en Oaxaca...parece que fue en Oaxaca". Un clima de incertidumbre se había instalado ya en el ambiente. La gente allí empezaba a mirarse sin saber que estaba pasando. Una duda flotaba en el aire. Algo raro estaba pasando, y ya no podían seguir ocultándonos la verdad. 
Finalmente el chofer del micro subió, y sin más vuelta anunció ese "algo" que nadie me había advertido: 
"¿Sintieron ese movimiento?. Ha sido un terremoto".

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