lunes, 16 de julio de 2018

Capítulo sexto: El relax

Finalizado el partido y con la victoria argentina concretada, empezó la dispersión. Toda esa masa gigantesca de personas allí presentes comenzó a moverse de acá para allá, cada cual siguiendo su itinerario. Teniendo una semana por delante, hasta el siguiente partido, los destinos de todos eran de los más variado. El mío, como ya saben, era Búzios, del cual me separaban únicamente tres horas de micro. Me acerqué a la primera ventanilla en la cual vi escrito el nombre de la ciudad, y obtuve mi pasaje.
Con la sensación encima de haber jugado yo mismo el partido, me tomé ese colectivo y tras unas tres horas llegué a esa hermosa ciudad portuaria. Caminé unas siete cuadras desde la mini terminal, y di con la aún más pequeña posada. Me registré, subí a mi habitación y tras casi 24 horas de viaje con debut mundialista incluido me acosté en la cama y me dormí. No sabía todavía a esa altura que eso que estaba haciendo iba a resultar un lujo comparado a lo que serían mis noches días más tarde. Pero esa es otra historia que contaré más adelante.
Mi objetivo en ese comienzo era tomar unos días de descanso. El combo playa, descanso y partidos era casi irresistible, y a partir de esa premisa es que me organicé. Con mi fixture en mano, planeé mi primer día. El plan: Disfrutar la mañana soleada en la playa, sabiendo que al mediodía me esperaba un auténtico partidazo: Alemania-Portugal. La tarde ?. Más playa con otro lindo aperitivo: Estados Unidos-Ghana. El futbol y el placer acompañados en todo momento. Aunque en este caso se mezclaban con cada pensamiento. Mi primer día completo en Brasil llegaba a su fin.
El segundo arrancaba con un condimento extra. Al hermoso clima que por suerte acompañaba, se le sumaba un plato principal, y hasta ese momento inédito para mí. Por la tarde, jugaba su segundo partido Brasil. Y yo ahí. Iba a experimentar por primera vez cómo era vivir un partido mundialista en el que jugara el anfitrión. Tras recorrer unos cuantos bares y cantinas, finalmente decidí mirar el encuentro en uno que claramente irradiaba clima mundialista. Una especie de bar/boliche al aire libre, lleno de televisores, y sobre todo, de gente. Por suerte había planeado esto con tiempo, y conseguí una linda mesa para poder disfrutarlo. Al rato, el lugar se llenó de hombres y mujeres vestidos de amarillo y con mucha alegría encima. Estaba, y cada vez me convencía más, donde quería estar. El partido: Brasil-México. En ese bar, cientos de brasileros y algún que otro extranjero claramente identificables. Mi pensamiento en ese momento pasaba por saber cómo podría llegar a reaccionar en caso de hacer un gol el equipo azteca. Mi sentimiento futbolero anti-brasileño podía ser más fuerte que mi necesidad de supervivencia ?. La duda me inquietaba, pero me generaba una linda sensación. Nada podía quebrar ese clima de fiesta, y del que estaba siendo parte. El resultado en cero disipó todo.
Yo estaba feliz. Ver el partido sintiéndome visitante, con cerveza en mano y clima cálido. ¿Podía existir algo más lindo ?. Por suerte este viaje no dejaba de sorprenderme y cada vez se iba poniendo mejor.
Al día siguiente, y con el mundial en pleno auge, decidí dedicarlo un poco más al descanso y al turismo. Me fui a unas playas un poco más alejadas de donde estaba y dediqué gran parte del día a tirarme, literalmente, panza arriba a no hacer nada. El sonido del mar era lo suficientemente relajante como para intentar hacer otra cosa. Con el correr de las horas, la piel tostada y la arena pegada a los pies, me volví para mi posada. En el camino, y no por casualidad, me volví a topar con el mismo bar del día anterior. Siendo casi la hora de comienzo del turno vespertino de partidos, recordé que se venía el Chile-España, a jugarse en Río de Janeiro. Es en ese mismo momento en el cual encontré una respuesta a las cantidades de turistas trasandinos con los cuales me había topado los días anteriores recorriendo la ciudad. El bar ya no estaba tan lleno, pero el clima ese que tanto me había seducido seguía ahí. Sin dudarlo más, me senté ahora sí cerca del mejor televisor, y me quedé viendo otro muy lindo partido el cual, para sorpresa de muchos, marcó la temprana eliminación del campeón defensor.
Mi cuarto y último día en Búzios estuvo claramente marcado por un maldito visitante: La lluvia. Una lluvia bien brasilera. Intensa y constante. Nada podía hacerse en la ciudad un día así.
No me afectó demasiado. Con tres partidos por delante para ver en la televisión, no cabía la más mínima posibilidad de aburrirse. Por otro lado, el día siguiente arrancaba mi periplo de partidos en cancha. Descansar y relajarse un poco no era después de todo un mal plan. Así fue. Antes de acostarme armé la valija, saqué las entradas de la caja fuerte donde las había guardado, y me acosté. Quizás ansioso como nunca en mi vida. Lo que es seguro, es que estaba feliz. El día siguiente empezaba otra historia. La que tanto había soñado.

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